lunedì, 20 Marzo
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Trump es realista frente a Rusia

Dejemos de lado todas aquellas posturas agresivas e incendiarias del candidato republicano Donald Trump, por caso, respecto con el eventual tratamiento a inmigrantes regionales y no regionales, y concentrémonos por un momento en lo que significa su enfoque sobre Rusia.

Por supuesto que causa asombro e inquietud que un candidato a la presidencia de la potencia mayor del orden interestatal mantenga posiciones en principio favorables para los intereses de Rusia, por ejemplo, cuando el candidato sostiene que si llega a la presidencia podría reconocer la anexión o reincorporación de Crimea a Rusia o que consideraría abandonar la OTAN.

Sin embargo, acaso sin querer serlo, en esta cuestión el candidato republicano se muestra como un auténtico realista en política internacional. Por otra parte, con dichos anuncios Trump no se aleja de lo que históricamente ha caracterizado al Partido Republicano: salir de crisis e intervenciones desafortunadas o reconocer la realidad internacional (recordar, por ejemplo, que fueron los republicanos los que dejaron Vietnam y que también fueron los republicanos los que reconocieron a la Unión Soviética como superpotencia en los años setenta e incluyeron a China en el diseño de equilibrio de poder sostenido entonces por Henry Kissinger).

Ahora bien, ¿por qué Trump se muestra como un convencido realista ante Rusia? Porque entiende que en la relación de tensión, rivalidad e incluso escalada entre Estados Unidos y Rusia, las responsabilidades mayores corresponden a Occidente por no haber respetado nervios geopolíticos muy sensibles para Rusia al ampliar prácticamente sin límites la OTAN.

La posibilidad de que Ucrania marchara hacia la cobertura política-estratégica de la Alianza Atlántica precipitó la crisis actual. Sin embargo, si la cuestión Ucrania no es contemplada desde un contexto más amplio y en términos de proceso, difícilmente se llegue a otra conclusión diferente que aquella que predomina hoy y que señala a Rusia como un actor geopolíticamente revisionista y amenazador, con las peligrosas consecuencias que implica ello para las relaciones internacionales. Por ello, es imperativo contenerla y vigilarla, para expresarlo casi en los propios términos empleados por George Kennan en 1946, cuando advirtió en su largo telegrama sobre la tipología del enemigo al que se enfrentaba Estados Unidos en el nuevo ciclo internacional.

Contemplar la crisis internacional que implica Ucrania requiere hacernos una pregunta central: ¿significó el fin de la Guerra Fría que Occidente dejara de contemplar a la Federación Rusa como un eventual desafío a sus intereses? A juzgar por las iniciativas de Occidente tras el final de la confrontación bipolar, la respuesta es que Occidente nunca dejó de considerar a Rusia como actor que más tarde o más temprano volvería a desafiar a Occidente. Y una de las iniciativas más centrales en relación con la próxima amenaza rusa fue la ampliación de la OTAN, una organización política-militar que, siguiendo la experiencia histórica, debió haber desaparecido una vez que desapareció el reto que determinó su creación en 1949.

Más allá de esta anormalidad internacional y de las promesas que habría hecho Estados Unidos a Gorbachov sobre la imposibilidad de mover al este la Alianza Atlántica, la primera ampliación de la OTAN hacia fines de los años noventa fue considerada una medida entendible porque implicaba extender la cobertura de seguridad a los principales actores euro centrales demandantes, esto es, Polonia, República Checa y Hungría.

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